jueves, 18 de septiembre de 2008

De cómo nos influye lo que leemos.


En anteriores posts he hecho hincapié en la influencia que tiene la palabra (oral y escrita) en nosotros, y el papel fundamental que tiene para suscitar emociones.
A priori, podríamos postular que en la transmisión oral este efecto podría acontencer con mayor intensidad, debido a que en la oralidad el mensaje se ve influenciado por el emisor al potenciar las emociones suscitadas, la función comunicativa tiene una dirección mucho más definida (esto es, nosotros, yo, a mi), es inmediata y no requiere ningún medio específico para desarrollarse. Entonces, ¿por qué algunas lecturas nos provocan mayores emociones que muchas conversaciones, haciéndonos experimentar sentimientos insospechados, revelándonos, incluso, facetas de nuestro carácter que desconocíamos?

¿Puede un libro cambiarnos la vida?

Aquellos escépticos que duden que un texto pueda suscitarle emociones inesperadas, porque no hayan tenido nunca el placer de experimentarlo, sugiero que lean la siguiente poesía. Es una poesía poco convencional,no habla del amor romántico, ni de qué bellos son los pájaros, no compara la caída de una hoja con el fru-fru de la falda de una mujer, ni añora tierras nostálgicas de la niñez en la hora próxima a la muerte. No. No hay nada de hermoso ni de poético en ella, pero ejemplifica muy bien como funcionan los engranajes de un corazón oscuro, pues el mundo no se compone sólo de buenos sentimientos, sino que está repleto de malas intenciones.
Nos ofrece una visión en la que el ser humano, lleno de defectos, es destructivo para los otros de una manera irremediable, mostrándonos ese fondo negro y sucio que somos en una sucesión de miserias en las que el autor se recrea con la alegría de un chiquillo.
Puede que después de leerla les disguste, les horrorice, quizás incluso...la odien...pero puede (si, puede) que a lo mejor les interese. Espero, en todo caso, que no les deje indiferentes.

Juan Rico y Amat escribió esto (aunque también se le atribuyó su autoría a Espronceda) hace dos siglos...no parece que el mundo haya cambiado mucho...aunque eso sí, puede que ahora revistamos mejor nuestros instintos con una artificiosa capa de civilización.
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La Desesperación
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Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar;
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas,
la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepultero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer;
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento,
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
oír como vocea,
¡Qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado,
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vidas sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
entorno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír a uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado;
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos,
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo! ¡Qué ilusión!

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