sábado, 11 de octubre de 2008

De perseguir los sueños

Si tu sueño es hermoso, dale forma,
como esculpe el arroyo la ribera
como el viento que vive y se transforma
y para que todo resulte a tu manera,
redacta para ti mismo tu norma
y convierte tu otoño en primavera.

E. Malinowsky

Todos tenemos sueños, sueños que forjamos en nuestro corazón con la ilusión de un mañana mejor donde sentirnos protagonistas absolutos de nuestro propio mundo, porque alcanzar un sueño es tener en tus manos las riendas de tu vida y poder decir ¡Ahora sí, ahora lo he conseguido!.
Si, todos anhelamos esa sensación de triunfo, de optimismo, de liberación, el alivio del pellizco en el corazón, pero aun así no todos nos atrevemos a poner en marcha nuestros sueños.
Tenemos miedo, un miedo atroz a todo y a nada, a merced de un ente invisible que nos encadena a lo cotidiano, al día a día carente de significado y vacío de expectativas.
Tenemos miedo, un miedo indefinido y absurdo, paralizador, que nos estanca y que volatiliza nuestros sueños dejando sólo la estela de deseos insatisfechos y fútiles, un recuerdo que se yergue en nuestra mente como una bandera, como un madero en el océano al que asirnos en la soledad de la desesperación.
Hay algunos, afortunados ellos, que rompen sus limitaciones y vencen ese miedo, se lanzan a la vida con el fin único de alcanzar sus metas, construir sus castillos en el aire y ser dueños de su propio destino. Todos queremos ser como ellos, triunfadores satisfechos poseedores de virtudes inaccesibles, soberanos de si mismos, de vuelta de todo, con la seguridad del que ya ha llegado y puede volver a llegar.
Pero el camino a recorrer para alcanzar nuestros sueños no es fácil, en realidad es un erial lleno de espinas punzantes y dolorosas, un viaje lleno de decepciones y de incertidumbres. Pero nada de esto es insalvable salvo una cosa: nosotros mismos. Porque nosotros somos el auténtico enemigo de esos sueños, nuestras vidas parecen cómodas tal y como están, nuestras posesiones suficientes y nuestra infelicidad soportable.
¡Qué fácil es soñar! y ¡qué difícil poner en práctica nuestros sueños! ya que siempre parecemos estar ligados a cientos de compromisos, actos y actitudes que atentan contra nuestra libertad primigenia y en los cuales suele siempre haber un componente importante de absurda irrelevancia.
La mayoría de nosotros, pues, está encadenada a pesadas rocas (esas que todos fingimos saber llevar con estoicismo y orgullo) y no parece haber manera humana de librarse de ellas sin hacer saltar todas las alarmas de nuestra mente creando una imagen fija de cientos de cerrojos que cierran todas nuestras puertas (oh, miedo, instalado como un virus en nuestro cerebro).
Pero siempre llega un día, tarde o temprano, que te levantas por la mañana, te miras al espejo y no reconoces lo que ves, no sabes quién es ése que te mira con la mirada vacía, ni porqué tiene esa cara de acabado, de carcomido por la vida, y entonces te das cuenta de que esa máscara impávida es la tuya, que ese ser anodino eres tú, que te has hecho mayor, estás más viejo y más cansado y te preguntas donde está el adolescente que se iba a comer el mundo, lleno de ideas magistrales y sueños de triunfo.
Y en ese momento, justo en ese, te maldices a ti mismo por tu mediocridad y mientras examinas las bolsas que se forman bajo tus ojos, rezas para que no sea demasiado tarde y puedas volver a andar por el camino de baldosas amarillas.

Soñamos días de mañana que nunca llegan
Soñamos una gloria que no deseamos
Soñamos un nuevo día cuando ese día ya ha llegado
Soñamos con una sabiduría que evitamos cada día.
Llamamos con nuestras plegarias a un Salvador
cuando la salvación está en nuestras manos.
Y sin embargo dormimos
Y sin embargo rezamos
Y sin embargo tenemos miedo.

N. H. Kleinbaum
(Deat Poets Society)

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