martes, 18 de noviembre de 2008

De un Cuento antes de Dormir: La Torre.

Miró al cielo y no vio nada más que estrellas. Colocó sus pies desnudos en el alféizar y se abrazó las rodillas, necesitaba pensar en un lugar más allá de las estrellas, más allá del sol y del mundo que la rodeaba. ¿Podría llegar a las nubes antes de que vinieran a buscarla? ¿Tendría tiempo de viajar, aunque fuera con su imaginación, a aquel punto de luz en el firmamento antes de que se abriera la puerta del torreón y sus siniestros guardianes la condujeran ante la multitud?
Miró hacia abajo y vio el cadalso por el que la harían desfilar preparado para que la guillotina acariciara su cabeza. Los primeros lugareños empezaban ya a reunirse en la plaza, esperando el cruel espectáculo que tendría lugar al despuntar el alba.
Los observó con pena, pensando en lo vacías y sin sentido que debían ser sus vidas si una ejecución tan brutal como aquella era lo único que animaba sus corazones. Sintió repulsión ante aquella turba, asqueada ante la bajeza del género humano que enaltecía actos de aquel tipo, convirtiendo lo que era ignominioso en un acontecimiento grotesco y risible.
Quedaban minutos, quizá segundos, para que ella dejara de existir y la muchedumbre celebrara su muerte, pero nada de todo eso le importaba ya. Contempló los grilletes que atenazaban sus tobillos y sus muñecas, encadenándola como un animal y aun así no sintió nada. Ellos no lo sabían pero allí, encarcelada en una torre con la sola compañía del sol y las estrellas, estaba muerta ya en vida. Qué le importaba ya su destino si su corazón había dejado de latir justo en el instante en que él había huido sin ella, poniéndose a salvo amparado en la oscuridad de la noche, sin importarle que con su marcha la estuviera condenando, firmando su sentencia de muerte. Incluso notó el tris del corazón que se rompe cuando vio su carta, su último mensaje desde un lugar seguro donde ella no podría llegar jamás.
Cuando vinieron a buscarla no opuso resistencia, se limitó a levantarse con suavidad con la mirada vacía y extendiendo los brazos hacia sus captores les dijo: "No se preocupen, estoy lista".
Fue conducida a aquella torre con vistas al universo donde fue confinada tres largos meses. Tres meses en los que había releído mil dolorosas veces en su mente aquella amarga carta, absorbiendo la frialdad que destilaba, tragándose la bilis de la traición y rememorando todos aquellos recuerdos que ahora sabía eran mentiras.
¡Ah, ignorantes! No podían sospechar que lo que ellos creían era su justo castigo para ella sería la salvación. Cuando cayera la temible hoja podría encontrar la paz que tanto anhelaba y liberarse de aquella amargura que la invadía en oleadas.
Suspiró cuando oyó los goznes de la puerta chirriar y los pasos de los guardias acercándose, y dócilmente se dejó conducir a la plaza. Los gritos de los franceses pidiendo su cabeza eran ensordecedores. La muchedumbre la insultaba al pasar al compás de los tambores, gritaban y reían exaltados, llevados por el paroxismo de la catarsis. Fue colocada en el centro de aquel patíbulo para que el pueblo la viera, para que saciaran sus ansias de venganza encarnadas en la figura de aquella mujer. Ella miró al gentío sin miedo, con serenidad, con aquellos ojos límpidos que habían seducido a reyes de otras épocas y sonrió.
Se leyó la sentencia donde se le acusaba de crímenes que no había cometido, de traiciones de las que no sabía nada y de actos impúdicos de los que ni siquiera había oído hablar, pero no perdió la sonrisa y su mirada fue más allá de la multitud, hacia el sol que despuntaba en el horizonte. Su último amanecer.
Le quitaron los grilletes y la colocaron de rodillas frente a la guillotina, sujetando su cabeza y sus muñecas con el travesaño. Miró el cesto en el que pronto descansaría su cabeza y al verdugo al que, mientras sujetaba la cuerda que mantenía la cuchilla en alto, le temblaban las manos.
Los tambores que resonaban en la plaza cesaron y justo antes de que la hoja de la guillotina silbara cortando el aire y su cabeza, ella le gritó al verdugo: "¡No falles!".

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